Además de apuntar que existe una “mayor involucración de los chicos en conductas de ciberperpetración y una ambivalencia en la variable de género en cibervictimización”, Clemente señala que dentro este fenómeno se puede diferenciar entre factores de riesgo estáticos (que no pueden cambiar y permanecerán en el tiempo) y factores dinámicos (sobre los que se puede intervenir). Respecto a estos últimos, destacan las políticas escolares de prevención, la supervisión de los padres o el rendimiento académico.
En cualquier caso, el profesor de la VIU alerta de que “el acoso escolar acarrea dramáticas consecuencias especialmente para las víctimas, pero también para los agresores y los espectadores; y el ciberacoso no es una excepción”. De hecho, sus efectos son “más graves y duraderos” e incrementan los riesgos de padecer ideaciones suicidas por parte de quienes lo sufren, aunque las reacciones ante este tipo de ataques dependen de factores como la edad, el género o el apoyo social que recibe el acosado.
El documento de la Universidad Internacional de Valencia, que se apoya en distintas investigaciones acerca de la incidencia de este fenómeno, refleja que el 6,9% de los menores ha padecido ciberacoso (un 5,8% de forma ocasional y un 1,1% de manera frecuente) mientras que un 3,3% ha adoptado en algún momento el rol de ciberacosador. De este modo, se pone de relieve que desde el primer estudio sobre el ‘ciberbyllying’ que se realizó en España a nivel estatal, “las cifras se han mantenido estables”. Tan sólo han aumentado ligeramente las tasas de cibervictimización más graves o recurrentes, que han pasado del 0,4% en 2006 al 1% o al 2% en 2016.
Mitos y prevención
Por otra parte, Albert Clemente sostiene que en los últimos años, como consecuencia de la alarma social generada, han surgido una serie de mitos alrededor del ciberacoso “que han motivado una creencia errónea generalizada que postula que un enfoque tecnológico y de seguridad, es decir, una mayor formación y un mayor control sobre el uso de las tecnologías, redundará en una disminución del riesgo de los jóvenes”.
En este sentido, el experto alude a los diversos estudios que sostienen que “los enfoques que tienen en cuenta a toda la comunidad educativa se revelan más eficaces como estrategias preventivas, como así sucede para el acoso tradicional”. “Es cierto -añade el profesor- que el ciberacoso tiene una serie de especialidades, como el hecho de ocurrir sobre todo fuera del horario escolar, pero la investigación revela que adaptar los hallazgos sobre ciberacoso a los programas exitosos en prevención de acoso escolar, se revela como una estrategia recomendable a las políticas de corte punitivo y de tolerancia cero”.